Si no nos derrotamos a nosotros mismos, seremos gobierno de nuevo. Con o sin mayoría parlamentaria, y confieso que me tiene harto este protagonismo al que invita ser el voto 50.



El viernes pasado me llamaron a silencio. No es que no hubiese escrito, lo hice, y la primera parte me divirtió mucho, en tanto al final expresaba lo que desde hace tiempo ha pasado a ser mi preocupación dominante: ¿qué nos está pasando? ¿Qué nos puede pasar? ¿Está el “bloque social de los cambios” preparado para las pruebas que, tal vez, el futuro esté guardando para nosotros?

La cuestión religiosa venía a cuento, ya que en el centro de la oposición que ahora llamamos de clases está el egoísmo. El individualismo. El desinterés por el semejante y hasta la voluntad de explotarlo para nuestro beneficio. Y esto es algo mucho más profundo que una festividad ritual que todos aceptamos en cuanto a la celebración de la fraternidad universal. Pero puede separarnos y enfrentarnos gravemente si pretendemos imponerla. Si dogmática y hasta fanáticamente estamos dispuestos a imponer nuestra “verdad de la fe” como la verdad, única e incuestionable.

A nadie le gusta que le metan la pechera y se utilicen de medios del Estado para proclamar y ensalzar “verdades de la fe”. Incomoda, molesta, divide y provoca respuestas.

Uruguay no es ni ateo ni agnóstico, sino que es una sociedad que ha sabido modular muy bien la libertad de cultos, la pluralidad de ellos y el respeto por la neutralidad del Estado. Yo diría que hay una parte de la sociedad uruguaya tenuemente religiosa, pero muy variada.



Si el teniente general Manini Ríos quiere ver una demostración pacífica, fraterna y multitudinaria de religiosidad, le aconsejo que se dé una vuelta por la playa Ramírez el próximo 2 de febrero. Vaya de uniforme, nomás. Nadie lo va a rechazar y serán muchos miles. Unos cuantos miles más que en las procesiones de Corpus Cristi o en los rezos del Rosario en el Buceo.

¿Milagreros? Sí, tanto como la devoción por San Cono, el decaído Señor de la Paciencia o San Expedito, la Virgen del Verdún o San Pancracio; se acude a rendir culto y solicitar intervenciones milagrosas. Todo con mucho más decoro, por supuesto, que la milagrería en el acto de los pentecostales que le vienen comiendo la cancha al cardenal, al que únicamente parecería preocuparle volver a ser “religión de Estado”.

¿Con doctrina confusa? Y llena de contradicciones que superan y armonizan la fe. Sí, cierto. Ninguna creencia religiosa es racional y perfecta. Son construcciones seculares, integración de esperanzas populares, respuestas a preguntas angustiadas acerca del porqué de las cosas del mundo y acerca de un fin que todos sabemos inevitable.

Acerca de la Natividad, hay dos de los cuatro evangelistas canónicamente aceptados que no dicen nada, y los otros dos, justamente los que parecen haber escrito en tiempos más cercanos a los sucesos, dan informaciones que se contradicen. Herodes llevaba cuatro años muerto cuando nació Jesús. O era mayor de  33 años cuando lo crucificaron o no nació en tiempos de Herodes y esa no fue la razón por la cual sus padres, siendo de Nazaret, lo trajeron al mundo en un establo de Belén.

¡Minucias! Lo importante no es la coherencia histórica, sino el mensaje. Minucias frente al Sermón de la Montaña, la Parábola del Hijo Pródigo, que aún estoy por entender si es un tratamiento racional o emocionalmente justo. ¡Minucias! frente al simbolismo de las limosnas del rico y del pobre.

¡Minucias! también frente a la descripción del sacrificio. Las dudas y la angustia de la noche en el Monte de los Olivos, el dolor humano de la crucifixión y su proceso: dolor, rápida deshidratación por el sufrimiento, angustia y finalmente la paz que llega cuando el final está próximo. No me quiero comparar, pero con la ayuda de sus camaradas somos unos cuantos los que sabemos el proceso que se experimenta al estar colgado. Similar y espantoso. A tal punto horroroso que los primeros cristianos no usaron el símbolo de la cruz para identificarse. Prefirieron el pez, ictus, en latín. Acrónimo que hacía referencia a la corona de espinas con la cual, por burla, sus asesinos lo proclamaban rey de los judíos.

¿Sabe una cosa? En mayo del 77 el Partido Comunista imprimió un detallado inventario de los tormentos a los que había sido sometido Jaime Pérez, a quien habían hecho aparecer en el famoso aljibe de Durazno. El relato era tan, pero tan escalofriante, que no se difundió demasiado. La militancia se negaba a conocer y difundir ese horror. Como los primeros cristianos le sacaban el cuerpo al símbolo de la cruz.

En fin, el señor teniente general Manini Ríos se considerará un cruzado de la verdadera fe y nuestro gobierno se hará el distraído, ya que no quiere encarar los desacatos de la fuerza militar. Y el cardenal Sturla considera que no es un abuso de autoridad el utilizar medios del Estado para imponerla desde arriba. Me pregunto si esa convicción se hace extensiva a la declarada pretensión del Estado de Israel de terminar con toda posibilidad de un Estado palestino, ya que es la tierra que Jehová les prometió a ellos en exclusiva.

Sería la tercera vez que eliminan a los pobladores originarios. La primera, cuando remontando el Éufrates arribaron a esa tierra de leche y miel. La segunda, cuando, volviendo de Egipto, por las armas, desalojaron a los que la ocupaban. Y la tercera, ahora, que, con la ayuda de Trump, se consideran en condiciones de proceder a la limpieza étnica sin que nadie se los impida.

Me temo que lo harán.

Pero no es asunto mío corregir estos abusos. Los señalo para que quien sí está obligado a respetar y hacer respetar el laicismo no se crea que soy bobo. ¡Y apoyé la banderola de la virgen en la puerta de su casa particular!

Todo se andará si todos respetamos los límites.

Cierro por aquí porque quiero ir a lo que verdaderamente me preocupa como asunto en el cual estoy involucrado: el bloque social de los cambios y el rumbo de nuestro futuro gobierno.

Si no nos derrotamos a nosotros mismos, seremos gobierno de nuevo. Con o sin mayoría parlamentaria, y confieso que me tiene harto este protagonismo al que invita ser el voto 50.

Seremos gobierno y la pregunta es: ¿para qué? Las cosas están complicadas y no se puede vivir “salvando la unidad” a costa de inclinarse un poco más a la derecha.

Esto tiene dos patas y no una sola como algunos gobernantes creen. La segunda pata es la social. Con un poderoso centro aglutinante: el movimiento sindical, que fue el que enseñó que la unidad era posible, respetando la diversidad. El que impulsó la realización del Congreso del Pueblo, que le dio a la futura unidad política un programa posible de soluciones a la crisis y el que se bancó el pachecato y la dictadura.

No es que pretenda cobrar por lo hecho porque era lo que debíamos hacer. Pero sí quiero que todos tengamos claro que sin respaldo social no hay gobierno progresista posible.

En cuanto a nosotros, concretamente a lo sindical, la pregunta es si realmente estamos preparados para la que se nos viene.

No será fácil y no alcanzará con una especie de forcejeo benevolente. Habrá que definir los campos. Con quién y contra quién. Para hacer qué y de qué manera. Con qué impulso y con qué respaldo.

Con todo respeto, y a partir del reconocimiento de que estos son otros tiempos y mi experiencia es vieja, no quisiera confundir número con calidad.

Número, primero y antes que nada. Tenemos que reunir a todos los trabajadores. No me vengan con eso de “pocos pero bien montados” ni con la historia de las vanguardias esclarecidas. Si no avanzamos en bloque, no avanzaremos al bloque.

Pero no confundamos número con esclarecimiento. Es cierto, tenemos más afiliados que nunca y los paros se acatan sin demasiada complicación, pese a lo cual el matador, aunque haya sido por una incidencia de tránsito, estaba carnereando en un paro del transporte de carga.

De antemano, no debemos prohibirnos la utilización de ninguna medida de lucha. A condición de que optemos por aquella que más compañeros involucre y que termine  elevando nuestro nivel de organización y conciencia.

No vengo, precisamente, de un pasado impoluto. En el 60 me inicié en las cuadrillas para frenar carneros, incendiar camiones de chancheros y tirar bombas de alquitrán con la sacrosanta convicción de que la cosa era por ahí. En el 63, con Idilio a la cabeza, suprimimos todo eso. Lo que no se hace por conciencia no lo ataja el temor. Y el centro del asunto es que todos los compañeros participen porque están de acuerdo. Y que la población nos entienda.

Compañeros, ¿cuántos ocupan? En un establecimiento chico, y al principio, todos. Pero ¿qué pasa si es una sucursal y las otras paran y/o apoyan pero por fuera? ¿Qué se creen que pasa si la ocupación es larga? Se los puedo decir. No hay estudios de la cuestión social que aguanten. El fogón, el mate, lo que haremos de comer, los cuentos y las barajas terminan por descentrar el asunto. O nos obligan a imponer una disciplina cuasi militar.

Eso de ir progresando en las medidas no es capricho, es experiencia. Se avanza, se acumula, se eleva el nivel de organización y se continúa.

Y no hay que ilusionarse. Los grandes medios de comunicación nos son ajenos y nos atenderán si les conviene. Y en general les conviene aislarte. ¿Cuánto más resaltan las diferencias, cuando aparecen, que la Unidad? Que no es circunstancial, sino constante. En fin, me estoy alargando y corro peligro de que no me publiquen, pero seguiré en otra.

Lo que me preocupa

Por Eduardo Platero.
fuentes de caras y caretas

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